Vivimos en una época en la que parece existir un predominio total de la telemática (que es el resultado de la conjunción de las nuevas tecnologías de la telecomunicación y los ordenadores) sobre los libros o sobre el papel impreso. Pero al margen de que sea cierta esta dominación, lo que sería muy discutible si tenemos en cuenta el número de publicaciones anuales de libros, revistas, periódicos, monografías, etc., que se realizan en nuestro país y en el resto del mundo, la realidad es que, hoy por hoy, la mayor parte de los conocimientos adquiridos por los estudiantes se producen justamente a través de la lectura y no por la utilización de otros medios, los cuales, dicho sea de paso, no son excluyentes de la lectura, sino complementarios de ésta, o, si se quiere, a la inversa. El estudio actual se realiza mediante la lectura en un porcentaje elevadísimo; a mucha distancia, le sigue la asistencia a clase, las prácticas, la toma de apuntes y el resto de actividades desarrolladas por los estudiantes. A pesar de esta evidencia, la lectura suele quedar relegada a un segundo plano dentro de la formación académica, no se le da la importancia que tiene, pues su enseñanza y adiestramiento se limita a los primeros años de la escolaridad sin que haya una continuidad posterior.